martes, 18 de noviembre de 2008

Nunca

Cuadro: Claude Monet
Música: Satie


Nunca

La luz cegadora de la nevera acabó con cualquier indicio de duda.

Era él.

Había venido para dejarme caer. Y yo siempre había estado dispuesta a permitírselo.
Nunca llegaría a comprender las razones, pero eran demasiado poderosas como para no sucumbir, como para no volver a dejar la puerta abierta y permitir destrozara mi vida aún más.

Mi piel se erizaba al tacto de su mano, al unísono del hielo sobre el cristal.
Todo era caos, furia... y luego calma y ambigüedad.

Podía dividir los días entre los que me regalaba partituras de Satie y los que me las interpretaba.
Las tardes de silencio y sosiego frente las noches de fuego y frambuesa; lo suficientemente ácidas para no empalagar y lo necesariamente dulces para querer más.

Yo siempre quería más. Pero nunca me permití decírselo.

La sangre de los amantes corre y brota cuando la sinceridad es eclipsada por la duda y la pasión. Si no, nada hubiera sido posible. Ni mi vida, ni mi muerte en su infinita ausencia.

....

Eran más de las once cuando lo decidí.

Durante la mañana no podía parar de pensar, de meditar sobre mi decisión.
No me creía tan cobarde como para no llevarla a cabo, ni tan valiente como para dejarme atrapar.

Nunca supe que me equivocaba.

.....

Partí hacia el trabajo como cada día, arranqué mi coche pensando que tendría que despedirme pronto de él y tomé el camino rutinario de mi rutinaria vida.

Las cosas se ven muy distintas cuando las miras por última vez. Piensas en que nunca te llegaste a echar bajo aquel sauce del parque, que finalmente no asististe a aquella ópera, que jamás llegaste a leer ese libro...
La nostalgia es el envoltorio que da sabor y regula el matiz de la vida. Nos hace vulnerables frente a la belleza e impunes ante la realidad.
....

Puse mi peor sonrisa y mi mejor excusa, y tan sólo una hora después de mi llegada, ya estaba disfrutando de mis primeras vacaciones totales.

Miraba el reloj cada cinco minutos. Y pensé, que no quería que el tiempo controlara nunca más mi vida.
Así que, en un arrebato de cordura, liberé mi muñeca y observé mi sangre fluyendo bajo la fina capa de piel. Recorrí las líneas azules con mi dedo índice, que se detuvo justo a mitad de la palma de la mano. Allí deposité el reloj hasta dejarlo descansar junto al primer mendigo que encontré.
Me regaló un gesto de agradecimiento que no sentí, puesto que aquel reloj nunca llegaría a ser un regalo, sino un instrumento para apartar nuestra voluntad y permitir al orden irrumpir en el maravilloso caos.

Pasé por al lado de mi coche y ni si quiera lo miré, quería pasear, respirar, saborear el aire que se agolpaba en mis pulmones.

Paseé por los jardines que bordeaban la ciudad, por las calles más antiguas que había...
Paseé junto al teatro que observaba anhelante cada mañana, sólo que esta vez, entré.
Compré dos entradas para la ópera y me dirigí hacia el parque.

El sonido de las hojas bajo mis pies... el olor de la humedad fresca, el tacto de la tierra...
Perdí la noción del tiempo bajo aquel sauce. Allí, mirando al cielo y a ninguna parte, me confesé. Hablé con un Dios del que nunca había creído, lloré por una angustia que no me pertenecía y sonreí por la nostalgia de la vida.

Miré mi muñeca y recordé que el control no lo ejercen las cosas, sino nuestra mente sobre ellas.

Pero igualmente lo sabía.

Era la hora, y no debía hacerme esperar.


....

0 comentarios:

Publicar un comentario