El tacto de la arena entre las manos, la armonía de la sal sobre el mar, el jazz artificial flotando por la atmósfera... era como una conjunción astral propia de otra realidad; donde lo relevante se funde con lo trascendente.
Y ahí estaba yo, entre pensamientos y verdades, o mentiras a voces.
¿No es paradójico que la filosofía camine hacia la búsqueda de la Verdad mientras la humanidad tiende hacia el autoengaño?
Sí, por mucho que nos cueste asumirlo, todos nos mentimos. O queremos creernos. Cuestión de enfoque tal vez, pero la misma historia a fin de cuentas: Sucesión de mentiras que convergen al engaño. A la ignorancia que algunos les da la felicidad; esa palabra de la que intento desligarme, huir apresuradamente, evitar la confrontación directa, porque para mí, la felicidad está cuantizada.
No he llegado a indagar sobre la constante en torno a la que oscila, pero intuyo que la ecuación de la misma, su cota del error a priori, debe converger hacia la inteligencia emocional.
Todo lo demás son bosques sin árboles, verdades a medias, mentiras chillonas que no nos achantan. O sí, todo es contingente dependiendo del enfoque. Pero enfoquemoslo desde el silogismo de la racionalidad, del misterio de los valientes luchadores enajenados por la contaminación mental de este suburbio universal.
¿Y qué si nadie lo entiende? Seguirá subyaciendo platónicamente, esperando ser encontrado por una mente real.