
Definitivamente la cocina y yo no estamos hechas la una para la otra.
Si bien he tenido que acostumbrarme a mi ya gran especialidad de croquetas carbonizadas, y mis amigos aún recuerdan el memorable día en que ideé un nuevo tipo de huevos fritos (…), ahora voy tranquilamente a sacar unas salchichas del frigorífico y cuál es mi asombro al descubrir que se han quedado pegadas a la pared frontal de la nevera. Sí, con envase y todo.
Me recojo el pelo en modo de concentración y tiro de ellas con toda mi fuerza. Al instante oigo un “chup!” y me veo sentada en el suelo de la cocina con un paquete de salchichas congeladas en la mano. Mi cena…
Las palpo aún con incredulidad e hinco mis uñas sobre una de ellas. Se desquebraja.
Bien… salchichas 1, Diana 0…
Me levanto de nuevo y miro desafiante al frigorífico (se supone que los electrodomésticos están para facilitarnos la vida no para reírse de nosotros… ¬¬), así que a modo de castigo le bajo la potencia de refrigeración al mínimo. (Ahora entiendo por qué mi helado de turrón se transformó en roca de turrón…).
Respiro hondo y pienso en cosas bonitas.
No funciona, esta mañana me he levantado con un dolor de cabeza indescriptible y mi mala leche crece en función exponencial…
Voy al salón y me topo con mis apuntes colapsando toda la mesa. Me miran como si quedaran 10 segundos para la explosión de una bomba nuclear y sentarme delante de ellos fuera la única posibilidad de salvar el mundo.
Les digo que me esperen un rato que necesito una ducha para despejarme.
Entro en el baño y aunque está limpio empiezo a pensar en que podría dejarlo más reluciente aún (estas ansias de hacendosismo me entran cada vez que tengo que sentarme a desconectar bombas en operaciones de vida o muerte…). Me quito la ropa y las ideas de perder un poco más el tiempo.
Bien –pienso- ya debe quedar menos para la descarga del episodio de Lost…
PD. La imagen pertenece a una de mis especialidades culinarias. xD